El síndrome del celular perdido
Dos tragedias digitales dan paso a esta historia.
En la primera, César Marín, un hombre de 51 años, se siente como perdido en el desierto porque se quedó sin teléfono celular. Durante un concierto en el Foro Sol fue una víctima más de las casi 25 que esa noche se quedaron desconectados luego de que les hurtaran sus dispositivos móviles.
Como tomó la precaución de asegurarlo, decidió realizar un tramite que le dejaría varios días sin poder interactuar con los demás.
Asegura que la palabra ermitaño lo define de manera puntual y la pesadumbre se le nota hasta en la forma de caminar. Se siente, admite, como un personaje de una película de cine mudo, en blanco y negro; alguien que se quedó a vivir en el Siglo XIX.
Para controlar la depresión, carga un libro, y lo abre una y otra vez, cuando va de regreso a casa en el transporte público; pronto lo termina.
No puede mandar correos; abrir su WhatsApp; tomar fotografías, tuitear, subir su outfit a Instagram y departir en Facebook. Tampoco recibe los mensajes de su oficina y está parcialmente desconectado de su novia.
Dice que no existe. Que se siente invisible.
Pero más grave lo que le sucede a Édgar Montaño, un adolescente de apenas 16 años, quien comienza a conocer las desazones de la existencia.
Hace apenas cinco meses comenzó a despeñarse tecnológica y síquicamente. Vendió su teléfono celular de varias generaciones atrás, porque deseaba, como lo más valioso en la vida, el modelo más actual. Debía completar los 20 mil pesos, cuando encontró en páginas de internet el espejismo de los incautos. El celular que en las tiendas comerciales sale en un dineral, por sólo nueve mil pesos.
Los reunió con la ayuda de su familia y dio clic en la página de Internet… depositó la cantidad solicitada. Y como las ofertas así de maravillosas sólo existen en la mente, el distribuidor en internet, como es lógico, lo timó.
Los siguientes días no fueron sino un infierno de berrinches y lágrimas. Se había desconectado de sus amigos y adquiría el síndrome del teléfono celular perdido.
Después de una semana de pataleos, y chantajes, su abuela accedió a comprarle el tan ansiado móvil, con cómodos pagos a plazos; pero en la primera fiesta a la que asistió, se lo robaron.
“¡Me quiero morir!”, pudo haber dicho, y su expresión podría entenderse como un lugar común, pero en realidad sus palabras tomaron un cariz preocupante: “Me voy a matar”.
Sí, una amenaza de suicidio.
¿En verdad piensa matarse por un teléfono?, ¿o es únicamente su personal estrategia para conseguir las cosas?
Así inicia esta historia.
Quedarte sin teléfono celular en estos tiempos, no sólo exige de mucha paciencia. Cuando te sucede, ya sea porque se te cayó al agua o porque te lo arrebataron en alguna esquina, te sentirás como si hubieses regresado a la prehistoria.
Sentirás que te desadaptas del mundo y esta inconexión te causará efectos sicológicos.
“No sé en qué momento sucedió esto. No nos fuimos dando cuenta de cómo nos fue carcomiendo esta situación, hasta que pierdes a ese objeto, el teléfono celular. Realmente estamos perdiendo capacidades mentales, como la imaginación, porque no nos estamos dando ese espacio de aislarnos y generar nosotros mismos ideas, sino que todo funciona con cuestiones muy visuales. Estamos perdiendo la capacidad de intimar. De tener una intimidad con uno mismo. Hemos olvidado darnos la oportunidad de estar contigo mismo, pensando, descansando, e incluso aburriéndote. Porque del aburrimiento surge la creatividad”, comenta la sicóloga Karina Zúñiga Rustrián.
Un análisis del momento tecnológico por el que atravesamos, visto de la perspectiva de una especialista.
“El problema surgió desde que decidimos meter toda nuestra vida, todos nuestros sentimientos, todas nuestras emociones; lo que comemos, lo que vivimos, lo que anhelamos; todo, a una cajita: el dispositivo electrónico. Y sin él no somos nada”.
La tecnología nos ha hecho llegar a estos extremos. Cuando tu autoestima depende de que tengas señal.
“En una relación sujeto-objeto hay un proceso desde que la madre tiene al hijo, al principio hay una dependencia tremenda, y después la finalidad es que ese hijo vaya siendo independiente y que haya una separación y ese ser distinga entre quién es él mismo y quién es su mamá. Y esto nos remite a estas situaciones, Ya no distinguimos entre quienes somos y el aparatejo que se ha apropiado de nosotros. Entonces nosotros le estamos vertiendo el poder a él de todo lo que pase o deje de pasarnos, lejos de ser nosotros quienes usemos en función de lo que decidamos y pongamos a nuestra merced: el celular, la tablet, la computadora…”
Las palabras son de la doctora Karina Zúñiga Rustrián. Estamos en una cafetería de Coyoacán en esta inusual cita en el diván. El desayuno como testigo de cómo, desde otras mesas, la actividad digital no se detiene. Aquí hemos decretado que el celular no se utiliza durante la conversación, algo que en estos tiempos parece un sacrificio insondable en cada mesa.
Agrega la sicóloga:
—El estar en estas interacciones con el otro, de manera presencial, en vez de estar al cien por ciento con la otra persona, verlo, escucharlo, escucharla, estamos interrumpiendo ese tipo de interacciones que son tan elementales como seres humanos, porque nos enriquecen, nos generan dicha, las estamos interrumpiendo por el uso constante del teléfono celular, y eso daña las relaciones, no nos damos cuenta pero sí.
“Está recomendado que los niños no usen este tipo de dispositivos hasta los seis años porque los primeros años desarrollas toda la motricidad en todos tus sentidos, y si tú le impones uno de estos artefactos, como celular o tableta, estará perdiendo la posibilidad de conocer todas estas texturas, colores naturales, aromas; todas estas experiencias que enriquecen al cerebro de una manera tremenda, lo estamos poniendo en una sola dimensión: plana. Hay momentos familiares, que son de plena comunicación, y los niños utilizan el teléfono truncando la cuestión afectiva con su familia. Y si se trata ya de un uso continuo que predomine en su vida, puede generar incluso situaciones de adicción. Primero a lo tecnológico y después a otro tipo de adicción. Lo ideal es sí conectarse al teléfono celular, pero regulado”.
La especialista recomienda que, ante la ausencia de celular, el mejor camino es el reencuentro contigo mismo.
“Y al darte cuenta de los beneficios de este aislamiento, como lo tuvo César, quien terminó sumergiéndose en los libros. Entre los beneficios que te genera el aislamiento de a tecnología están que te vuelves a encontrar contigo y te vas para arriba, Y el poderte dar la oportunidad de hacerlo tendría que ser más voluntario que obedecer a hechos fortuitos como que se te cayó el celular al baño, o lo perdiste o te lo robaron o lo que sea.
En redes sociales se ve mucho rencor, mucho odio, sentimientos encontrados, quizás la parte más transparente del ser humano. De ello habla Karina:
“Al ser un medio que puede ser muchas veces bajo anonimato, o aun si tus cuentas tienen tu nombre, al tratarse de una interacción que no es presencial, que no hay una consecuencia física, quizás, de que no te van a golpear o te van a gritar al oído, eso da pie a esta facilidad de decir: “pues yo lo digo y lo publico”; sin embargo, la parte virtuosa de esto es la libertad de expresión. Tenemos que fortalecer a los chivatos para tener un criterio, porque eso va a ser la línea conductora para que al enfrentarse a esas redes sociales, entre tanta información, sepan discernir y utilizar los medios, las fuentes de información necesarias, y modular todo este tipo de emociones. Si vas a expresar algo, hazlo, pero que tenga contenido, O que de alguna manera pueda aportar algo. Aunque la catarsis también es válida.
“La catarsis por la catarsis es también un mal necesario. Siempre y cuando no sea sólo eso. Porque si nos quedamos ahí, no avanzamos. Y si ya estás en una catarsis, que desde ese cúmulo de catarsis sí se llegue a generar un objetivo, una iniciativa, un cambio para bienestar como sociedad. Ese ese reto que tenemos, generar lineamientos, no rigideces, sino alcances para decir, ésta es la propuesta para ir siendo una sociedad más evolucionara. Que las redes estén a nuestro servicio y no nosotros a servicio de ellas”.
El troleo es otro de los fenómenos que se viven en ese mundo alternativo que habita en los dispositivos móviles.
“Tanto en adultos como en adolescentes está pasando; el acoso puede llegar a tanto que podrías atentar contra tu propia vida”.
Una escena llama particularmente la atención de la sicóloga. El día en que mataron a Valeria Medel, la hija de la diputada morenista Carmen Medel Palma, en el Palacio Legislativo de San Lázaro, mientras la mujer lloraba, al menos seis de sus compañeros blandían el teléfono celular para captar la escena y compartirla en redes sociales. “Aberrante”, dice.
“Es preocupante lo que sucede en la era de la tecnología. Perdemos afectos, nos deshumanizamos y si de por sí tendemos hacia la autodestrucción, ahora perdiendo esta base tan elemental, nos vamos al risco”.
“Pretender que estás muy cerca de alguien porque le das like porque ves sus fotos, es un error. La apariencia y la realidad es otro punto. Y todo comenzó a despeñarse cuando pusimos nuestra vida entera en esa cajita. Debemos reflexionar el punto al que hemos llegado.
César Marín, de 51 años, recuperó su teléfono dos semanas después y cuando va a los conciertos lo guarda casi bajo llave.
A Édgar Montaño la mala suerte le pisa los talones. Una de sus tías le donó un teléfono para no dejarlo desconectado y, noticia de última hora, apenas hace unos días un ladrón, armado, lo golpeó y se lo robó.
El chavo volvió a quedarse deprimido y sin celular.
Cuídenlo.
AGENCIAS/EL EDÉN MX